El problema de nuestra sociedad, y por reducción los dentistas, ya no es la falta de un tipo particular de pensamiento, el crítico o inquisitivo, sino la falta de, como decía Sócrates, una vida pensada, que era, según el filósofo, la única que merecía la pena ser vivida. No es sencillo pensar con la presión de la clínica, donde debemos de ser el hombre-orquesta que a la tarea de solucionar los problemas dentales de nuestros pacientes, trabajando en un campo muy reducido y estresante, hemos de sumar el agradar a los más desabridos, ser empático, ajustar la agenda y las citas, ser supervisor y corrector del trabajo de nuestros colaboradores, armarnos con la bíblica paciencia de Job para entender las demandas de nuestros empleados (en un país donde el que arriesga, pide créditos y se arma de valor ante la incertidumbre, es decir el empresario-empleador, es el que menos ventajas y derechos tiene) o cumplir absurdas normas que el estado se empeña en multiplicar. Después de 10 horas de trabajo, y con la cabeza hecha un bombo, no estamos ni para aguantar a la familia y nos sumergimos en el refugio de nuestro sillón utilizando como distracción, y contraste, los programas más rosas o bizarros de la televisión, como First-Dates. El fin de semana tampoco da tregua para nuestra sesuda actividad mental y lo dedicamos a descansar, la familia y nuestros hobbies. ¿Leer? No queremos ni podemos. Esta falta de pensamiento crítico, el aislamiento y la falta de perspectiva del colectivo favorece el crecimiento de los enanos-dentistas a puestos de responsabilidad profesional y política (donde suele bastar con presentarse, como ya remarcaba Woody Allen); así nos va.
Hace casi cincuenta años del famoso artículo en Newsweek “El culto a la Ignorancia” del divulgador cultural y novelista Isaac Asimov, figura admirada en mi adolescencia por su actitud visionaria y por darnos una introducción a la cultura clásica simplificada y en pequeños sorbos (los Egipcios, los Griegos, los Romanos, Historia y cronología del Mundo); en el citado artículo el escritor se quejaba de la ola de antiinteluctualismo que recorría el mundo, del error de confundir la democrática igualdad de oportunidades con el sinsentido de la igualdad y respeto de todas las opiniones (que bien le habría ido a la humanidad si no hubiera respetado las ideas de Hitler, Stalin, Mao o Pol Pot) o la de equiparar, con ese mismo respeto, el conocimiento de unos con la ignorancia de la mayoría; mi mundo ( o lo que yo creo es el mundo, más allá de la caverna platónica) es inversamente proporcional al tamaño de mi ignorancia. Poco podría sospechar mi querido Asimov la desastrosa evolución de su observación, ya convertida en predicción, aupada en la sociedad actual por tres elementos: el falso igualitarismo de una redes de acceso abierto y sin filtros (TikTok, Instagram, Facebook…) usados de manera ininterrumpida por millones de usuarios, los nuevos populismos de gobiernos de pan y circo, muy bien dibujados por maestros de la predicción como Aldous Huxley o George Orwell, y el verdadero núcleo del problema: la toma de decisiones erróneas de nuestra mente al tratar de tomar atajos viciados de estereotipos, como el efecto Dunning-Kruguer (ver mi artículo sobre este interesante sesgo psicológico en : https://la.dental-tribune.com/news/cuando-iniciar-el-tratamiento-de-ortodoncia-3/) o hacer creer al que no sabe, que sabe y viceversa.
Esta metástasis de la ignorancia, que infiltra todas las capas y estamentos sociales, no es percibida por la mayoría por estar inmersos en ella, es el ejemplo de los dos pececillos jóvenes que van aleteando alegremente y se encuentran con un pez ya anciano que les hace notar lo rica que estaba hoy el agua, a lo que los jóvenes pececillos responden “¿qué es eso del agua?”. El auge del reguetón, la moda y adornos de los pandilleros latinos, con sus colgantes y dientes de oro o imitación a diamantes, el contagioso sarampión de los tatuajes o el revoltijo de la ambivalencia sexual son síntomas del deterioro ético y estético de nuestra sociedad, reflejo de la necesidad de sobresalir como individuo, aún a costa de modas zafias y estrambóticas. Vivimos en una sociedad que los estados, más allá de los gobiernos, tratan de homogenizar dejando intocable a dos estamentos: el club de los más ricos y la clase política, sean del signo que sean. La ola de infelicidad que recorre el mundo juvenil y la multiplicación exponencial (600%) de los desórdenes mentales y los intentos de suicidios entre niñas adolescentes, no dejan lugar a la duda respecto a mis afirmaciones anteriores. De momento no hay solución y afortunadamente, al menos en España, los partidos de extrema derecha son un desastre de ideas, gestión y organización, viven de la sopa boba, recibiendo cada día los votos de un grupo, cada vez más numeroso, de individuos desafectos al estado; lo acabamos de ver en las elecciones norteamericanas.
Pensar críticamente, esto es tratar de descubrir la verdad, ante lo que se afirma o se nos cuenta, exige de conocimiento, de haber amueblado bien la mente con la lectura de los grandes pensadores de la humanidad y de un mínimo manejo de la lógica de la inducción y la deducción. Los tres pilares que van a regir nuestra vida, y que nos dan verdadero valor como persona, más allá de otras consideraciones éticas (ser buena o mala persona), son: la educación recibida en la familia y la escuela, el marco de referencia en que hemos crecido (a las cosas que realmente damos valor y la extensión que comporta aquello que llamamos nuestro mundo) y con qué hemos regado esa esponja, ávida de experiencias y conocimientos, que es nuestra mente (y que supera en definición y extensión a nuestro cerebro). El marco de referencia de un hijo de padres funcionarios y maestros suele ser diametralmente opuesto al de otro cuyos padres son empresarios y emprendedores. No haber salido de tu pueblo o, por el contrario, haber viajado por medio mundo, crea dos tipos de marco de referencia y condiciona el tamaño de nuestro mundo mental y de relación. Nuestro mundo se circunscribe a lo que conocemos y no nos preocupa lo que desconocemos, porque ignoramos que exista y esto, en cierto modo, entronca con la felicidad, porque no deseamos lo que no conocemos. Este pequeño trabalenguas es, a mi modo de ver, una de las grandes causas de infelicidad en la sociedad actual: la gente, vía redes sociales, empieza a conocer cosas que de otra manera nunca hubiera conocido y, por tanto, deseado; la frustración de no poder acceder a lo deseado, a ese otro mundo, con una realidad, o apariencia, de nivel socioeconómico superior, es el gusano que carcome a muchos jóvenes y los sumerge primero en la frustración y después en la apatía y el nihilismo.
No soy un cospiranoico, pero sí creo que los poderes fácticos y las grandes empresas o fondos de inversión que mueven el mundo están preocupados por un dato incontestablemente injusto: el 1% de la población mundial acumula el 95% de los recursos. En la antigüedad la religión o las férreas y cruentas dictaduras sometían a ese 99% de la población sin mucho problema; hoy los fines no han cambiado tanto, pero sí los medios para que todo siga igual, y el espejismo de libertad, que nos ofrece el hiperconsumo a través del teléfono inteligente, es la trampa. Para muestra un botón, el increíble ocultamiento, durante años, de la disipada vida de su majestad, el delincuente confeso, Juan Carlos I, que tanto daño ético está haciendo a España. El engaño global al que nos tiene sometido el estado en una extraña mezcla de comunismo stalinista descafeinado (cultura de la cancelación, me too sin una sola prueba, cuya máxima expresión es el incremento de impuestos para acrecentar los empleados de un estado que, como Saturno, acaba por devorar a sus hijos) y capitalismo para sus dirigentes (a base de subvenciones inútiles, sueldos, dietas, prebendas y puertas giratorias). Si no fuera por mi edad, y la inefable y sangrienta evolución histórica en España del anarquismo, sería uno de ellos y objetaría de todo lo que supusiera la palabra estado.
El dentista promedio no es ajeno a toda esta situación y se encuentra emparedado entre unos pacientes cada vez más clientes y que no son más que un botón de muestra de esta nueva sociedad VICA (volátil, incierta, compleja y ambigua) limitada en su capa más joven por la nueva generación Z (llena de promesas y esperanzas que, estoy seguro, acabarán en la papelera de la frustración) y , por otro lado, por un nuevo tipo de empresas dentales multimillonarias que tratan de dirigir las decisiones del consumidor (paciente/cliente) y el estilo de vida profesional del dentista. Este tipo de empresas son particularmente visibles en ortodoncia.
Poco se puede esperar de una profesión que no ha sabido o podido frenar la plétora profesional, el sinsentido de las mil facultades privadas y ha potenciado y alimentado (yo mismo con mis alumnos) las cadenas de clínicas comerciales (donde primero es la cuenta de resultados y después la ética). No haber logrado nada, absolutamente nada, en estos tres aspectos invalidan cualquier acción de distracción o complementaria de los responsables políticos de nuestra profesión; se puede decir más alto, pero no más claro. Una profesión donde los pocos que se esfuerzan en desarrollar una actividad de formación continuada (y a los datos me remito), una vez abandonada la universidad, lo hagan en cursos con un marcado de sesgo comercial donde la terapéutica basada en la evidencia o prueba científica suele brillar por su ausencia.
Un colectivo donde al sinsentido de que la luz del equipo dental, que se usa para iluminar el campo de trabajo, fragüe las resinas o composites, y que a ello responda el vendedor del equipo dental (asintiendo resignadamente el profesional) que lo que debe de hacer es atenuar su intensidad o, directamente retirarla cuando tenga que trabajar (bien al colocar ataches, brackets o haciendo una reconstrucción estética). Sociedades nacionales, supuestamente científicas, cuyas directivas son muy bien retribuidas por los servicios prestados a las multimillonarias compañías de alineadores a la hora de decidir los temas y conferenciantes de sus congresos. Sociedades que ensalzan y remarcan supuestos beneficios de las terapéuticas que promueven (sea para el Alzheimer, el parto prematuro, los infartos de miocardio, el COVID y otras lindezas) y ocultan como determinados colutorios antisépticos, que ellos han promovido en todos los medios de comunicación de masas, no solo los profesionales, y han pagado sus cursos y reuniones científicas, usados de manera regular e indiscriminada no solo no previenen la enfermedad que está en el origen de su quehacer clínico, sino que la provocan y empeoran.
Al menos en España los ortodoncistas no podemos, nos está prohibido, hacer un simple gesto: dar al botón de la impresora 3D de nuestros alineadores. Los técnicos de laboratorio, en la práctica, y no seamos tan cínicos para negarlo, utilizan, con nuestro consentimiento y aquiescencia, el diagnóstico radiológico, del TAC y CBCT para la planificación quirúrgica, sea de alineadores, microimplantes o cirugía ortognática. Está clara la inteligencia y habilidad de los que dirigen, al menos en España, a la asociación profesional de técnicos de laboratorio y protésicos, mi sincera admiración como parte perdedora de esta batalla. Menos mal que este no pensar del dentista, su aislamiento y complejo de inferioridad conceptual y tecnológico, es un impedimento para exigir responsabilidades por todos estos desaguisados; como ya cantaba Julio Iglesias: “La vida sigue igual”.
La odontología española actual debería mirarse en el espejo de nuestros vecinos europeos, con un estricto control de las facultades, número de dentistas en formación, de acuerdo con las necesidades reales del país, tipo de ejercicio profesional, el uso de materiales de contrastada solvencia y, sobre todo, con unas tarifas adecuadas que permitan ejercer y vivir con dignidad. A pesar de estar en uno de los países más desarrollados del mundo, la odontología patria ha preferido mirarse en el espejo de otros países donde la masificación profesional desemboca en sobretratamientos y empleo de materiales low-cost de dudosa procedencia y donde miles de dentistas han de sobrevivir trabajando por unas tarifas irrisorias en una población de bajos recursos donde es muy difícil ejercer una odontología con un mínimo de calidad, al menos en lo que se refiere a estética, implantes y ortodoncia. Basta recorrer cualquier calle de España, para ver en los escaparates y anuncios de clínicas dentales una guerra de precios y ofertas, que antes no existía. A falta de que el estado asuma más competencias en odontología, la cruda realidad es que la odontología de calidad y alto nivel está relacionada, desgraciadamente, con dos elementos sinérgicos: el valor que el paciente da a nuestro trabajo, que no es lo mismo que el precio, y la situación económica del paciente para afrontar nuestras tarifas; sin la indisoluble unión de estos dos aspectos, sin un paciente de calidad, no es posible hacer buena odontología. La ventaja de tener mi edad, y el currículum ya despachado, es poder decir estas cosas tan políticamente incorrectas como reales. No es el subjetivismo de mi verdad y tu verdad, de nuestro Antonio Machado, sino la auténtica realidad, esperando que los aludidos u ofendidos entiendan el sabio refranero español cuanto dice que “al que le pica, ajos come”.
¿Tiene Pensamiento Crítico el Dentista?


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