¡Ya no caben más tontos!
David Suárez Quintanilla
Decía el egregio Marañón que la medicina era un servicio que debía de ejercerse mientras era descubierta, o lo que es lo mismo, que el médico, en no pocas ocasiones, ha de actuar sin esperar al refrendo científico de sus protocolos. La Ortodoncia, que ha tenido una historia más corta que la medicina, debe de seguir sus pasos en lo referente a tres cuestiones: el progreso tecnológico, la denominada terapéutica basada en la evidencia científica (TBE) y la ética y empatía con el paciente. Lo ideal es que la tecnología se acompañe del desarrollo de las técnicas y que están tengan como base los progresos de la ciencia. El MARPE es un buen ejemplo de esta simbiosis sinérgica: la técnica digital nos permite su diagnóstico y planificación, los microimplantes y el laboratorio 3D su fabricación e inserción y la TBE nos ayuda, y ayudará, a conocer sus indiscutibles efectos médicos beneficiosos en el paciente, todo ello en el marco de una indiscutible eficiencia si, por ejemplo, lo comparamos con la cirugía de SARME o el Lefort. La TBE también nos acabará por demostrar la inocuidad y eficiencia de las microosteoperforaciones y de otras técnicas mínimamente invasivas para acelerar los procesos biológicos de movimiento dentario o actividad sutural, que buscan traspasar la barrera biológica a través del fenómeno del RAP.
La misión de las compañías y laboratorios es crear tecnología, y venderla, y la nuestra, la de diseñar, muchas veces por ensayo-error y otras a través del verdadero método científico (este casi reducido a las universidades y grupos de investigación), los protocolos para su aplicación. La industria busca beneficio y nosotros eficiencia y éxito clínico, poniendo de manifiesto, en publicaciones y congresos, sus ventajas y limitaciones. Esta simbiosis es la que hace progresar a la ortodoncia.
En la actualidad no estoy muy seguro de esta concatenación de objetivos y me da la impresión de que las empresas, queriendo o sin querer, han subvertido el orden de esta relación, impulsando la aceptación acrítica de sus propuestas tecnológicas. Es evidente que la actual situación de nuestra especialidad, desnortada e invadida por millones de intrusos sin los mínimos conocimientos de ortodoncia, es un blanco fácil para gigantes empresariales que cotizan en el Nasdaq, y esta situación produce una auténtica distopía entre los que, de verdad, amamos la Ortodoncia.
Pase parte de mi pubertad en Cambados, algunos de mis amigos se dedicaron a actividades no muy lícitas y hasta fueron protagonistas de series de Netflix (“Fariña” o “Clanes”). Era difícil explicar a cualquiera de ellos lo que debería ser un trabajo honrado cuando en una descarga de una noche (en aquella época de tabaco rubio de batea) ganaban lo que su padre, pescador, carpintero o comerciante, en varios meses. El problema de esa generación fue el espejismo del prestigio (los contrabandistas, después narcotraficantes, gozaban del aplauso social y gran parte de la economía de las Rias Baixas giraba en torno a su supuesta magnificencia) combinado con el dinero (y la posibilidad de acceder a coches deportivos o novias despampanantes). Evidentemente, todo acabo, como tenía que acabar.
Esta situación, salvando las distancias éticas, me recuerda a muchos de los compañeros jóvenes que se han visto deslumbrados por una pretendida ortodoncia sencilla y cómoda (la higienista más avezada comunicándose con las plataformas de alineadores, haciendo el escaneo de la boca y la oclusión, colocando los ataches y la evolución del paciente). La demanda de alineadores era infinita y el número de profesionales certificados de la ciudad limitado; el supernegocio estaba servido. Esta situación creó en los más jóvenes el espejismo, como en mis amigos de Cambados, que la ortodoncia era algo sencillo y muy rentable, y que no debían de perder el tiempo en estudiar bobadas como el crecimiento cráneofacial, la histofisiología del movimiento dentario, la biomecánica o las bases diagnósticas y terapéuticas. Para qué perder el tiempo con monsergas, para qué hacer un postgrado, para qué aprender técnicas caducas y trasnochadas cuando el horizonte profesional solo estaba repleto de plásticos.
Nada hay más atrevido que la ignorancia y en el ámbito de nuestra actividad profesional, lo que creo que sé, es directamente proporcional al tamaño de nuestra ignorancia. El “solo sé que no sé nada” socrático no es una proclamación de humildad sino de soberbia; sé más que los demás atenienses, soy el que más sé, porque sé lo que no sé. Este es el meollo de la condición de muchos de los jóvenes ortodoncistas de hoy.
¿Qué ocurre cuando la tecnología nos apabulla y no tenemos bases de conocimiento? Pues lo mismo que decía Chestertón de los ateos: “cuando se deja de creer en Dios, se pasa a creer en cualquier cosa”. Y esta es una realidad palpable en las nuevas generaciones, que no tienen los conocimientos, los recursos ni el fuelle para contrastar las bobadas que hoy, sin recato ni pudor, airean algunos en los cursos y congresos a los cuatro vientos. Mientras la tecnología nos impele hacia el progreso científico, las bases conceptuales y anatomo-fisiológicas de la Ortodoncia y Ortopedia Dentofacial se ven sacudidas por la pseudociencia y las explicaciones simplistas, brillando por su ausencia la humildad intelectual.
La apabullante influencia económica de las grandes compañías de alineadores en la ortodoncia, están logrando lo impensable, que el indudable progreso tecnológico del que disfrutamos se combine, en paralelo, con la promoción en cursos y congresos, sin pudor ni vergüenza, de la más rancia seudociencia en forma de ortodoncia holística, ortodoncia bioenergética, rehabilitación neurofocal, ortopedia postural-neurosensorial, rehabilitación neuro-oclusal y otros nombres rimbombantes usados para esconder la más absoluta falta de rigor científico, surgido del empirismo acientífico y el fanatismo de unos pocos (solo hay que ver el nivel científico de los libros y las escasísimas o inexistentes publicaciones de sus fundadores).
Todo hoy es holístico, integral, y lo podemos relacionar con la supraconsciencia cósmica a través de la física cuántica. Ya no caben más tontos. Siempre he dicho que cuando la ciencia se retira, su hueco rápidamente se rellena de pseudociencia, superchería y todo tipo de idioteces, con el único fin de engañar y sacar los réditos más jugosos posibles a los incultos, ilusos, incautos y/o a los que llegaron tarde al reparto de neuronas.
Que los congresos de ortodoncia en España ya no son lo que era, no es una opinión, sino una constatación; los más viejos del lugar nos acordamos en la SEDO cuando los Eliseo Plasencia, Canut, José o Juan, que para eso tanto montaba uno como otro, ponian a más de un conferenciante, en palabras de Quevedo, de chupa de dómine. Fuera justo o no, esto creaba un freno de calidad para muchos. Los congresos de la EOS no se quedaban atrás con las réplicas de mi querida y admirada Birte Melsen.
En todos los museos del Holocausto hay una frase en la entrada de la judía Simone Weil: “el problema no es de los que lo hicieron, sino de los que consistieron que se hiciera”. Me imagino que los de la supraconsciencia cuántica verían apoyadas sus teorías al ver removerse en sus tumbas a Eliseo o los Canut, incluso resucitar, ante algunos de los payasos, botella de champan en mano, que hemos de sufrir en los congresos. Yo, me acuso, prefiero mirar para otro lado y cayo como un muerto en vida.
No pocos conferenciantes, de lo que hoy son mayoría en nuestras sociedades científicas, y abusando de las perífrasis, dedican gran parte del tiempo de su intervención a hablar sobre temas emocionales personales que no vienen al caso, ni nos interesan, adornando su exposición con sus hijitos, patitos, gaviotas, flores, puestas de sol y otras fotografías entrañables, y las remarcan con frases cursis sacadas de Facebook o Instagram, como : “una sonrisa es una línea curva que lo endereza todo”, “deja que tu sonrisa cambie el mundo, pero jamás dejes que el mundo cambie tu sonrisa” y otras mamarrachadas, para ocultar, yo mejor diría disimular, su verdadero contenido científico y clínico.
¿Por qué este auge de la seudociencia en un momento tan tecnológico? ¿No parece un contrasentido? He tenido la fortuna de conocer, e incluso participar en su libro homenaje (“Reflexiones de un dentista, bajo la luz de Mario Bunge”), a uno de los filósofos de la ciencia más importantes del pasado siglo, Mario Bunge. A través de sus numerosos libros y ensayos Bunge trató de combatir a la seudociencia médica, alertándonos de sus peligros para la salud y el bienestar de la humanidad. La medicina, como ahora la ortodoncia, sigue su camino de evolución científica y tecnológica y no parece querer pararse en el camino a arrojar piedras a cada perro que le ladre. Patrañas como la homeopatía, la medicina holística y la kinesiología posturológica, por no hablar de la curación por colores, no parecen que pudieran producir grandes males a la humanidad, solo el beneficio a sus fabricantes o prescriptores (detrás de todo esto solo hay una realidad: la estafa a los crédulos y/o solitarios y/o infelices). Estos timos, sin embargo, tributan y generan buenos ingresos al insaciable Estado, por lo que, incomprensiblemente, los podemos encontrar en farmacias (lo que les da una inconsciente pátina de “ciencia” al codearse con el resto de la farmacopea sí avalada científicamente). Para Bunge, la superstición, la pseudociencia o la anticiencia son basura que no puede ser reciclada de manera sencilla, son virus intelectuales que pueden hacer enfermar toda una rama del saber o una cultura.
Esto lo veo en nuestro limitado campo de conocimiento, donde tras una de estas esotéricas conferencias, donde sin ninguna evidencia, se dice como la mandíbula o la cara crece más o menos según el paciente mastique de uno u otro lado, incluso como la postura de los hombros y las caderas se ven afectados por la dinámica masticatoria o una posición lingual, secundaria al desarrollo de los maxilares, el público (ya no caben más tontos en la ortodoncia española) aplaude a rabiar y sale asimilando todo este conjunto de idioteces (fáciles de entender y digerir) . La descripción del caso, eso sí, es muy holística, analizando la profundidad psicológica del paciente e incluso de sus padres (el niño que bruxa o chupa el dedo, lo mismo da, por el conflicto emocional que padece o la dinámica familiar que el ortodoncista, ahora metido a psicólogo-investigador, ha de analizar), siendo todo muy naif y cursi hasta que llegamos al meollo de la cuestión, el verdadero tratamiento de ortodoncia, que suele ser malo o muy malo.
En justicia dividiré las pseudociencias en dos categorías: las que pertenecen al grupo de los trastornados (por ejemplo, los que relacionan cada parte y órgano del cuerpo con un diente) donde no voy a pararme ni un minuto y los segundos, el grupo de los tontos, que creen, por su escasa formación, que el crecimiento cráneofacial, que desconocen, se puede explicar en cuatro esquemas y modificar con relativa sencillez y que su ortodoncia y ortopedia dentofacial tiene un poder, o mejor un superpoder equivalente a los X-men para cambiar la vida y los destinos, incluso los emocionales, de sus pacientes.
En todas estas pseudociencias ortodóncicas hay un problema para cada solución o un despropósito para cada necesidad. ¿Por qué estas pseudociencias calan tan hondo entre los jóvenes ortodoncistas de España? Pues muy sencillo, debido a la mala formación de la mayoría en las bases anatómicas, neurológicas y de crecimiento del complejo cráneofacial (en la mayoría de los másteres ni se les conoce ni se le espera) se buscan explicaciones fáciles, accesibles y causales y más cuando se le añade la palabrería emocional-espiritual al que nos tienen acostumbrados estas compañeras. En lugar de estudiar el Servosistema de A Petrovic, la anatomofisiología de la tercera rama del Trigémino, y el papel de su núcleo motor y propioceptivo, con el movimiento y crecimiento mandibular, la intrincada histofisiología del movimiento dentario ortodóncico o las últimas novedades sobre mecano-transducción o los determinantes epigenéticos de la ortopedia dentofacial, es mejor dar una explicación caduca y falsa, pero sencilla, de cómo haciendo “talladitos” o poniendo “pistitas” y “plastiquitos” se consigue un equilibrado crecimiento holístico de nuestros pacientes. Las pruebas (¿?) son irrefutables: el niño ya mastica mejor, come mejor, su mandíbula, antes asimétrica ahora ya exhibe una armónica simetría, su columna vertebral se ha enderezado, como lo demuestra la fotografía de sus hombros antes y después, de tan milagroso tratamiento, y, lo más importante, el niño, e incluso la familia, viven ahora en una envidiable armonía holística. Son tratamientos que con una mínima inversión logran resultados solo comparables con los del Padre Pio o la Virgen de Fátima.
Si a esta filosofía rehabilitadora holística neuro-oclusal le sumamos hoy la plata, es decir, la posibilidad de ganar dinero con ella, el pescado ya está todo vendido, y aquí aparecen las diferentes multinacionales del plástico, ahora también del teflón, para brindar a muchos de los que juegan a ortodoncistas, y a no pocos odontopediatras, un fantástico tratamiento basado en los más altos estándares científicos. Lo que antes descruzábamos con una pinza de la ropa o una placa activa removible de 75 euros, ahora ya lo podemos hacer vendiendo (porque es vender) al paciente un Noseque-Plastico-First por diez veces más o un aparato de nylon/poliamida (remedo de los aparatos más clásicos, eficientes y económicos). Las compañías de alineadores comparten con nuestro presidente del Gobierno una virtud, este le ha tomado la medida a los españoles a los que dirige sus promesas y subvenciones, y las primeras a los tontos que las compran y siguen a pies juntillas sus indicaciones. ¡Ya no caben más tontos, de verdad!

Deja un comentario